Domingo 30 Junio 2024

Bibliotecas

La lectura generaba conocimiento, las tecnologías modernas ofrecen mucha información

Es muy conocida esta frase de Borges, que comienza su narración La Biblioteca de Babel: “El universo (que otros llaman la Biblioteca)...”. La frase admite ser revertida: "La Biblioteca, que otros llaman el Universo". En efecto, no existe ningún amante de la literatura que no crea que estas dos palabras son sinónimas. No sólo una biblioteca constituye todo un mundo —al menos en la época moderna; en el siglo X aC esto no se podía afirmar, porque todavía no existía ni la Ilíada, libro-universo ella sola—, sino que, para un lector contumaz, no hay más idea de mundo, naturaleza, realidad o Tierra que la suma de todo lo escrito, o, por decirlo con más propiedad cronológica, la suma de todo lo que se puede leer y de todo lo escrito y se escribirá: por eso el mundo de un lector tiene siempre algo de incompleto; la biblioteca universal, no. Habrá que hacer todo lo posible para leer al máximo antes de traspasar para poder concebir un mundo lo más vasto posible.

Así se entendía ya en la era medieval. “Hic liber est mundus”, “Este libro es un mundo”, y así podía llamarse de la Biblia, como podía decirse, en realidad, de cualquier libro. Más adelante, cuantas más cosas se supieron de la naturaleza o de la realidad y cuando estos saberes quedaron escritos, la frase se invirtió y se empezó a decir: “Hic mundus est liber”, “El mundo es un libro”.

En efecto, cuando con la invención de la imprenta la oralidad quedó progresivamente desplazada por los textos escritos, pareció más evidente que nunca que la lectura de libros era lo que abría las puertas de todos los conocimientos, y que lo hacía con eficacia nunca vista hasta entonces. Ahora podría decirse: la galaxia Gutenberg está agotada, y la información ha encontrado un nuevo soporte, el de las nuevas tecnologías. Pero, ¿es cierto que el paso de la oralidad a la edición multiplicada de libros es el mismo que el paso de la lectura de libros al uso de las nuevas tecnologías? Ésta es la cuestión. Cualquier estudio en el ámbito de la sociología del conocimiento demostraría que la lectura generaba conocimiento, mientras que las tecnologías modernas ofrecen mucha más información que conocimiento. TS Eliot lo cuadró con estas palabras del poema “Choruses from 'The Rock'” (1934): “¿Where is the wisdom we have lost in knowledge? / Where is the knowledge we have lost in information?”: “¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido con el conocimiento? ¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido con la información?” Sencillamente, se han diluido; se han esfumado saber (sapientia, sagesse, wisdom ) y conocimiento.

Por eso resulta enormemente paradójico que se inaugure hoy en día ninguna biblioteca: hace mucho choque tener una buena, o un grupo, en una ciudad. Pero, ¿quién lee? Y lo más preocupante: ¿quién leerá libros? Se oyó un día esta conversación en el mostrador de préstamo de una biblioteca de Barcelona: “—¿Tienen Guerra y paz ? —La teníamos, pero el libro quedó desafectado porque hacía veinte años que nadie lo pedía. —¿Y la Divina Comedia por un casual? —Hombre, esto es de otra época. No tenemos libros de la edad media. —¡Vaya! Entonces con más razón no tendrán ninguna versión catalana de la Odisea! (Hay tres o cuatro en catalán.) —¿Usted en qué mundo vive? —Vivo en el mundo de los libros, y esto comienza, en la cuenca mediterránea, con la Biblia. ¡Imagínese! ¡Los libros más antiguos del Testamento quizás se remontan al siglo XII antes de Cristo! —Vaya a la Biblioteca de Cataluña; quizá lo encuentre, todo esto”.

Éste es el hecho: lo último que los ciudadanos van a hacer en una biblioteca es en leer o pedir libros. Funcionan como una especie de lugares de esparcimiento, o centros magico- lúdico-sociales, en los que se hacen muchas otras cosas. En ocasiones se hace la presentación de una novedad; a veces se realiza una lectura poética. Todo puramente simbólico: actividades que demuestran la enorme nostalgia que está generando la desaparición de la cultura del libro y la lectura. Por eso encontrará en las librerías de todas partes muchos libros de orden “paraliterario”: sobre antiguas bibliotecas, sobre el amor a los libros, sobre la catalogación de una biblioteca, la vida de una bibliotecaria republicana, tan jubilada como melancólica.

¿Tenemos que agradarnos de este panorama? Los suecos ya lo han hecho, retirando los ordenadores de las aulas para volver a los libros. Aquí habrá más trabajo por hacer, porque los chicos y chicas suecos leían lo suficiente durante y después de la adolescencia; aquí, no. La única solución sería fundar una sociedad de “salvadores de la lectura” que se quemen las cejas para establecer una estrategia dirigida a la promoción de la lectura, que determine qué libros pueden estimular la lectura entre los jóvenes -Ausias March, Mercè Rodoreda y Irene Solà, no: ¿que no lo ven, que no les interesa?—, y que transforme las bibliotecas públicas en lo que nunca deberían dejar de ser: lugares donde se lee en silencio y se dejan libros, con los asesores necesarios.

¿Apocalipsis, todo esto? ¡Y ahora! Es la impura realidad.

 

                                                                                                                                                                                          Jordi Llovet

 

 

(Fuente: El País)

 

 

 

 

Servicios on-line exclusivos para el Poder Judicial

Catálogo de Legislación
Catálogo Bibliográfico SIBJU
Publicaciones Periódicas

Boletines Jurídicos

- Envío de documentos en texto completo sólo para usuarios del Poder Judicial -